Lo que para mí fue un martes raro, mucho trabajo como siempre el cual lo hice en “bola de humo”, llegue a las 7:30AM y creía que me iría a las 3PM, pero no fue hasta las 4PM que pude marcharme para “hacer una diligencia” con mi esposa. La diligencia ir a ver una película, solos, ella y yo. Y que mejor opción que ir al olvidado CIMENA CENTRO, paradigma de mi juventud, a donde la clase media del polígono ya no asiste, se lo dejaron a los dominicanos extranjeros de los otros barrios fuera del renombrado “polígono central”.
¿Y por qué CIMENA
CENTRO? Que mejor lugar para rememorar la nostalgia de los años ochenta viendo
esta película que nos traería a la mente la vida en el melancólico Santo
Domingo de antaño, donde vivíamos más holgados, pocos edificios, mas casas,
donde la tecnología era un beeper que lo usaban solo los médicos donde cuando recibían
un aviso el aparatito solo vibraba y ellos tenían que buscar un teléfono para
llamar a una central donde le avisaban cual era el motivo de la llamada. No sé si recuerdan, pero las escaleras eléctricas
de este cine fueron las primeras de Santo Domingo.
Fuimos los primeros en
acceder a la sala con una funda gigante de palomitas y dos refrescos “de dieta”
y la que estaba pautada para las 7:15PM inicio casi a las 7:30. Me sorprendió ver la sala a un 75% de su
capacidad, por la hora, y comenzó el manjar.
Lo que yo esperaba fuera un largometraje promedio se convirtió en un
viaje por los recuerdos de cuando Santo Domingo era más bello. La fotografía me robó la atención cuando al
iniciar se ve desde el cielo la 27 con Ortega y Gasset y a medida que el Fiat
500, de los nuevos, avanza puedes ver al fondo a la izquierda los edificios de
Naco, representando la gran urbe que es el DN en la actualidad. Pero a medida que avanza la película te
muestran la entrada a la ciudad como era cuando yo era niño, el rio Ozama, el
puente Duarte sin el puente Bosch al lado, la plazoleta La Trinitaria, la París
sin Elevado. En otras escenas ves el Centro Social Obrero de Villa Francisca
donde muchas veces jugué baloncesto y la cual fue la casa de la Lucha Libre
Dominicana hasta que se mudó al Parque Eugenio María de Hostos. Ver como lograron recrear por computadoras o
no sé cómo todos estos ambientes me causó nostalgia de la buena, fue como
montarme en un carro de madera con gomas de “cajas de bolas” y viajar por este túnel
del tiempo que me permitió viajar a mi niñez y juventud, donde la hora de la
transmisión de la Lucha Libre por Color Visión era un toque de queda nacional.
Ver al ser humano,
Rafael Sanchez, a.k.a. Jack Veneno, desde su niñez en los 50’s en plena
dictadura, como ese niño ve esas películas de “El Santo” (el enmascarado de
plata), verlo soñar y crecer para convertirse en este gran ídolo de multitudes.
Me gustó ver aspectos de su vida que no había visto. Recuerdo que llegué a
verlo alguna vez en el colegio De La Salle buscando a sus hijos. Luego cuando
ya dejó de luchar, caminando por el Parque Mirador y para mí era como ver a
Marlon Brando o a Roger Moore, era un héroe que podía verlo en carne y hueso.
Rememorar los
anuncios, del Salami Induveca de Pedro A. Rivera en la Vega, del Forty Malt
(para ponernos fuertes como él), del Auto-brillante Búfalo, de las motocicletas
San-Yang ahí van, así como la voz inconfundible de Silvio Paulino gritando como
una sirena “aaaaaahhhiiiiiiiiiii”, “todos los caminos conducen al Eugenio María
de Hostos”, etc., fue un grato viaje por mi niñez. Y por supuesto cuando se
acababa la lucha libre, todo el mundo para la grama del frente de la casa a darnos
“fundazos” como en la lucha libre, todos queriendo ser Jack Veneno y entonando
como el “por mi madre doña Tatica” o “yo soy un hombre de pelo en pecho”. Que momentos aquellos.
De verdad que con esta
historia de Riccardo Bardellino y Tabaré Blanchard, veo que el cine dominicano está
avanzando a pasos agigantados, ya que esta película tiene de todo, buenos diálogos,
excelente fotografía, excelentes actuaciones, bajo la dirección del Sr.
Blanchard, lo que la hace romper los esquemas de las peliculitas dominicanas de
ese humor maldito que atrasa. Esto es
cine, cine bueno, cine de calidad, cine exportable. Tratan el tema con mucha seriedad y con un
ritmo envidiable. Mi papá que es un
aficionado al cine, siempre me decía que cuando una película llega a su fin, y
te quedas con deseo de seguir viendo más y más, y que no te cansa, entonces es
una película bien hecha y está lo logró.
Espero que Papá Dios
me deje ver en el 2020 la “Segunda Caída: El pueblo quiere lucha.”
Gracias Jack Veneno
por hacer que mi niñez fuera una niñez muy feliz.
TheStarvingPredator
(Miércoles 14 de Marzo del 2018)